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NUMERO 00 - MARZO 2009

 

Poemas Fetichistas

Román Piña

La bufanda de Bolaño

Más frío que la lluvia de Rottenman
que apagó sus llamadas telefónicas,
más frío que el ático donde dormía con peucos,
más frío que una cuna abandonada
al otro lado del océano,
más frío que los pulmones antes del primer LM,
más frío que el ángel negro elevando la guadaña,
más frío que el mármol de su tumba
por más que la besen docenas de hijos,
más frío que el tiempo robándole
el pan de la cosecha justa,
que las noches de Blanes en enero,
era el despacho donde
le ceñía al mundo su bufanda
como para salvarlo.
Más frías que un café olvidado
a la izquierda del teclado,
eran las paredes invisibles
que sólo las chinchetas sujetando pedazos de novela
hacían palpables.
A sus espaldas la vieja alacena
de puertas de cristal, como un glaciar ajeno.

Las bragas de Liv Tyler

El mejor fetiche es el que no existe.
Guardamos las reliquias colindantes del fuego.
Su perfume nos traerá la juventud perdida.
La pamela de Givenchy negra como su pelo,
la capucha de seda y plata que salva a Arwen
de la humedad del bosque,
el color que sólo cobra vida
posado en la blancura que en su carne revienta.
El ángel ha dejado una lágrima
porque el mundo agoniza.
Los ojos más profundos que la inmortalidad.
La voz que le da al agua
violentas crines.
La belleza perfecta no permite el pecado.
Qué lástima que Tolkien no escribiese
como sobre las minas del enano
o las cumbres nevadas,
de la ropa interior de las princesas elfas.

El piercing de Silvia Saint

Este mundo ha dañado
todo lo que era hermoso.
La trenza de la amada
hubo un tiempo en que nos salvaba
de un caída libre desde el cuerno
de la luna.
Si una vez alcanzamos el placer más extremo,
el único trofeo nos convierte
en ladrones de joyas:
el diamante que lucen los cerrojos
en los ombligos
es la china en el zapato del amor.
Buscamos esa muerte secretada a las puertas del sexo,
y vemos que ha sido rasurada.
El cambio climático ha esquilmado
los montes de Venus: eran huesos
pero daban oxígeno y verdor a nuestro miedo.
No hay memoria del éxtasis
en la piedra tallada y en el metal precioso,
sino en el vello púbico cortado con temblores
como un ticket para el viaje incierto.

 

 

 

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